martes, 25 de septiembre de 2007

Peregíl (Petroselinum crispum) - 1976


No me podré olvidar de las aventuras de nuestro amigo Perejil.
Con ese nombre es imposible olvidarse de él como seguramente él no se olvido nunca en su vida de quien le puso el nombre.
En realidad si alguien hubiera decidido ponerle “Sancho Panza” habría dado de lleno en el blanco ya que ese era su aspecto verdadero.
Su mujer también era alguien excepcional, la única mujer, que yo conozca, a la que había que animar para que fuera de compras.
Esta actitud enervaba a Pere ya que lo único que él hacía era trabajar.
Se presentó la oportunidad de hacer ciertos trabajos en Nigeria, Lagos, exactamente, y dada su capacidad para ello nuestro amigo Pere fue incluido entre los candidatos.
Todos ellos hicieron formaciones de inglés a diversos grados dependiendo la responsabilidad de cada uno.
El curso de Pere debió de ser bastante limitado vistos los resultados conseguidos.

Lagos

Noche, cena en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, platos exquisitos, todo era a la altura de los precios marcados en la carta con un estilo mas europeo que africano.
Pere a pesar de estar a muchos kilómetros y en todo momento acompañado por sus colegas nunca, “in mente”, estuvo fuera de su casa.
Aquella noche la carta que tenia delante no fue suficiente y en un arrebato de españolidad pidió “un par de huevos fritos”.
El camarero soltó un expresivo “What?”.
No había entendido nada y Pere no hizo nada para que su pronunciación expresara aquello que deseaba en la lengua de los británicos.
Como viera que no había otra manera de comer huevos fritos tuvo la genial idea de subirse encima de la butaca que ocupaba y comenzar a imitar a las gallinas en su afán de poner un huevo.
Tanto el maître como los camareros no salían de su asombro ante el divertimento general de los comensales que se empezaban a conocer por ser los únicos con capacidad económica suficiente en el país como para llenar noche tras noche los restaurantes más significados.
Después de múltiples ademanes explicativos, que no tenían nada que ver con el mimo Marcel Marceau, los empleados llegaron a comprender todos aquellos aspavientos a diestra y a siniestra y los huevos fritos tomaron forma pero una forma que no tenia nada que ver con nuestro plato popular.
Las risas no habían parado ni un solo momento pero al ver el resultado de todo aquel barullo, puedo imaginar que aquella noche nadie pego un ojo.
Los huevos estaban allí, fritos sí, pero su disposición recordaba el paso de una apisonadora por ellos, no se distinguía cuantos había, ni si habían sido fritos del derecho o del revés, pero allí estaban.
Perejil comió en silencio, supongo que maldiciendo en su interior por el resultado, pero comió aquellos "sui generis" huevos fritos.
Hoy muchos años después el recuerdo sigue vivo, sirva ésta reseña como homenaje a aquel gran-pequeño hombre llamado Peregil.
Evidentemente su nombre no es este, sin embargo ésta versión novelada sirva de "Ave Cesar" para una buena persona.

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