miércoles, 21 de noviembre de 2007

Para Guille

Escribir sobre una mujer nunca resulto fácil para nadie, ni los mejores poetas, ni los mejores prosistas fueron capaces de escribir cuatro líneas sobre una mujer sin que, poco tiempo después, comenzasen a retocar el escrito una y otra vez hasta que éste no se pareciese en nada al original. Si además esa mujer es muy conocida, la cosa se pone aún más difícil. ¿Exagerarás? ¿Te quedaras corto?, de lo que sí estoy seguro es que ella nunca estará conforme con lo que se escriba de su persona ¡qué le vamos a hacer!
Las mujeres en general se caracterizan por su conversación.
Las hay también silenciosas, tan silenciosas hasta provocar intriga y desasosiego entre los que están a su alrededor.
La mujer de la que quiero hablar no es precisamente silenciosa.
Muchas veces me pregunté porque había comprado equipo de audio para el coche. Cuando ella me acompañaba no necesitaba de nada más.
Su conversación era continua, amena, inteligente, interesante en su estructura, requería atención continua.
Continua hasta poder hacer 2000 Km. sin necesidad de otro apoyo para evitar el adormecimiento que suele provocar el ruido monótono del roce de los neumáticos con la carretera.
Amena porque podía versar de una gran variedad de temas sumamente interesantes, política, deportes, literatura, matemáticas, divertimiento, arte, historia, ¿Qué más se puede pedir? Inteligente porque no había ni un ápice de banalidad en todo lo que hablaba.
Interesante en su estructura porque la posible desorganización de ideas en su cabeza no existió en ningún momento, todo tenía su sentido, su orden, como si su procesador central estuviera funcionando a máximo rendimiento y continuamente, no había fallos de razonamiento, no se vislumbraba el cansancio al pasar las horas, vencía siempre por agotamiento del enemigo, ¡era fenomenal!
Una atención continua era requerida de su parte, no porque lo exigiese como condición sine qua non, era simplemente porque de tanto en tanto te interrogaba sobre su monólogo y, amigo mío, había que estar a la altura de las circunstancias para poder responder y salir airoso.
Si a estas cualidades añadimos que es capaz de defenderse sin ningún tipo de complejo en cuatro idiomas, la bestia está creada Dr. Frankenstein.

Aquel día de primavera los invitados estaban sentados alrededor de la mesa principal del comedor degustando un sabroso plato casero. Todo cuadraba dentro de una normalidad casi aburrida, cuando, de la boca del que nunca hablaba, se oyó aquella frase que quedaría para los anales de la historia: “Tengo dinorexia”.
Era una época donde la anorexia era comentada a diario en todos los noticieros que se preciasen de ser, al menos, pseudointelectuales.
Aquella “Dinorexia” era una nueva patología, mucho más extendida que la terrible enfermedad de que hablaba hace un momento.
No existía ni un solo joven que no la padeciera, ni una sola pareja de recién casados que no hubiese escuchado hablar de ella, ningún jubilado que no tuviera que hacer números a fin de mes para intentar esquivar la terrible patología.
La mujer de la que estaba hablando, se quedó en silencio un momento, alguien le había superado con solo dos palabras y ese alguien era el “zombie” de su hermano, aquel al que había que sacar las palabras con sacacorchos y, no era porque no supiera hablar, era porque su concepto del respeto por el otro le hacía callarse hasta de lo más intimo para, simplemente, “no molestar”.
Ella como un torpedo tomó nota mental del nuevo concepto para hacerlo relucir a la primera oportunidad que se le presentase.
No fue necesario esperar demasiado. La revista del colegio le pidió que escribiera un pequeño artículo para su publicación.
No se si a esta altura es necesario decir el título, creo que no pero, por si acaso…:

“Mi hermano tiene dinorexia”.

Fue un revuelo tremendo cuando todos los chavales descubrieron que tenían algo más en común. Aquella epidemia de dinorexia estaba más extendida de lo que se pudiera pensar, y así se confirmó en los días siguientes.
No había dicho que la susodicha no solamente hablaba, hablaba y hablaba, también escribía, escribía y escribía y, si en el hablar tenia maestría y oficio, en el escribir no deslucía en lo más mínimo, era toda una escritora inigualable, habría hecho una excelente carrera literaria si no fuera porque la literatura no da para vivir decentemente.

Guille, te quiero mucho y te lo quiero decir así de claro porque, como decía en uno de mis blogs, nunca se sabe el destino que tendremos en el próximo segundo.

Hoy cumples 25 años, a ti te parecen muchos pero con el tiempo te irás dando cuenta de que no lo son tanto.
25 años es un cuarto de tu vida, es la flor y nata de tu existencia, es la madurez que llega y se establece no necesariamente para siempre pero si “de momento”, es la mejor edad que has tenido hasta ahora. (Siempre la edad que tengas será la mejor…).

Te quiero “bruja”


NB.- Haciendo lo contrario de lo que dije al principio, no corregí ni una sola línea, seguramente lo haré en los próximos días.

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