viernes, 16 de noviembre de 2007

El ladrón de Teherán



Pobre Marc, es todo menos un ladrón.
Excelente persona, excelente marido, excelente padre, excelente amigo, excelente profesional, todos los excelentes serían pocos para ésta persona.
Para los puristas ignorantes que circulan por la vida no sería otra cosa que un iraní y como el que no quiere la cosa eso supondría el mirar cada una de sus acciones de reojo como si fuera un terrorista o tuviera cuernos y rabo como un diablo, que es lo que promueve la ortodoxia americana.
Ladrón , sí lo fue una vez.
Como todos los años y, como medida preventiva, Marc se prestaba voluntario a la recogida del correo de los buzones de los amigos que se marchaban tranquilamente de vacaciones.
Hacia años, desde antes de comprar mi casa, dado que era una casa con porche, el cartero dejaba su saca con todo el correo del barrio a buen resguardo de las continuas lluvias.
Aquel verano, bien al comienzo de mis vacaciones, la saca con el correo desapareció.
Nadie dijo nada.
El cartero, por conservar su puesto de trabajo, no dijo nada. Supongo que al menos buscaría por todas partes discretamente. (Imaginen la confianza que podemos tener en éste servicio)
Para los vecinos, un día sin correo no significaba nada de especial. Si alguien esperaba algo importante seguramente pensó que, dado que era tiempo de vacaciones estivales, lo que estaba esperando se habría retrasado un poco.
La realidad fue bien distinta.
Un mes después encontré la saca dentro de mi casa.
Marc, mi gran amigo Marc, llegó a ejecutar su función de recogedor de cartas por las casas de sus amigos y sin pensarlo dos veces intuyó que eramos personas muy solicitadas por correo y metió, con buen criterio protector, toda la saca con su contenido, dentro de la casa.
Durante un mes nadie reclamó nada no dejando de sorprender que el asustado cartero no diese la voz de alarma.
¿Habria sucedido otras veces en los años que viví en aquel país? La duda queda pendiente y mejor no preguntar.
Después de mi regreso comencé mis averiguaciones con el alcalde, el director de la caja de ahorros, la vecina de enfrente…el problema era mayúsculo, ese asunto no estaba en sus problemas cotidianos y, haciendo honor a su falta de iniciativa, no había una solución a aplicar.
Después de dormir con la saca al lado de la mesilla, decidí que la mejor solución era dejar la saca de nuevo en el porche y supuse que para consuelo del cartero, las cartas serían distribuidas a sus propietarios.
Así fue.

La historia del ladrón de Teherán nos hizo reír durante una larga temporada.

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